Asalto a la luna , primera parte,
Yo me enamoraba frecuentemente de
ella, la recordaba con esa sonrisa taciturna, quizá un tanto apagada por los
dilemas de la vida, Ella era un tanto callada y silenciosa cuando debía serlo.
Yo, por el contrario, era un tanto más hablador, no callaba nada, quería
contarle todo como una forma de decirle… ¡te quiero!
Los días pasaron sin que me diera
cuenta y sin querer que eso pasara. Ella vivía intensamente sin gustarle
demasiado el futuro. ¡Vive ahora...! me repetía constantemente. Yo aún guardaba
esas inmensas ganas de seguir viajando
al sur, mientras que ella hacía lo que le dictaba la conciencia.
Nos conocimos una tarde en la
terminal de autobuses, no obstante, su eterna seriedad impidió que viera en
ella a la persona que amaría en el futuro. Ambos sabíamos poco o nada de la
vida… pero quizá, en ese momento, nos faltó
un poco de fe en las coincidencias del destino… ¿Cómo pensar que podría
quererla cuando el primer saludo fue seco, pausado y taciturno?
Y la vida siguió... yo me
distraje con la apertura que el destino me dio en ese momento… cada experiencia
con ella era satisfactoriamente buena pese a que los días no lo eran. Las
semanas pasaron… amaba tanto su mirada y enmudecía cuando esta me miraba.
Algunas veces deslizaba sus dedos sobre mi frente para evitar que frunciera mi
rostro. Nunca sabré que pensaba de eso, pero yo solo penaba por ciertos recuerdos. Le
compartí mi idea de volar, de partir de esta tierra y de este continente, de
seguir con esta búsqueda incontrolable de conocer la vida, de saber que
realmente estaba despierto y no toparme con esa frustrada idea de saber que
ella era tan solo un sueño.
Los meses pasaron y una de esas
largas noches, entre tanta palabra inconsciente, me confesó que su mayor temor
era el culminar esta vida siendo infeliz… La deje de ver con cierta regularidad
y para ese entonces, me gustaba pensar que íbamos a la plaza central, a caminar
a alguna montaña o al Colombo Americano a ver alguna película europea.
Ella era irremediablemente
romántica, a su manera, pero lo era. Un día de esos… caminando bajo ciertos
árboles, nos acostamos para ver el cielo y terminó por llenarme de una textura
que parecía algodón pegajoso. Yo enojado y ella riendo a carcajadas con un rostro
de felicidad plena. El clima era perfectamente ideal para ver el cielo, pero ella,
por aburrida… aplacó ese sentimiento bañándome de esa cosa blanca y pegajosa.
Lo cierto de todo esto… es que amé y extraño cada momento de esa tarde -incluso
esa cosa pegajosa-.
Ella bebía café todo el tiempo…
cada encuentro empezaba y terminaba con esa ilusión pasajera llamada cafeína. Las
mañanas en las que coincidíamos, su rostro cambiaba sorbo tras sorbo e irradiaba
esa extraña sensación de tranquilidad.
Continuamente, los ronroneos en
la madrugada me hacían pensarla. Ella tenía esa extraña habilidad de despertar
cuando yo lo hacía, a veces… tan solo para preguntarme si estaba bien o para
reclamarme que no la dejaba dormir. Lo extraño del caso… es que los reclamos al
día siguiente llegaban cuando si lograba dormir.
Fui y soy por naturaleza
solitario, pero en esos meses me permití compartir más, conocer personas,
sentirme amigo de alguien y reírme de algo más que mi consciencia. Ella trajo
consigo una gama de ideas, así como cajas llenas de ilusiones y futuros
posibles, tenía la habilidad de hacerme soñar e inventarse mundos paralelos,
pero muy reales. Yo nunca adquirí esa capacidad de socializar, y aunque traté,
no conocí a muchas personas, pero su loca, libre e intrigante personalidad
llenaba todas las expectativas posibles al socializar.
No olvido ese olor caramelizado
de su beso, ella amaba esas sensaciones dulces cuando yo apenas las toleraba.
Yo un total izquierdoso queriendo ser poeta y ella solo andaba por la vida siendo
feliz. Yo era ese enredo de ideas plasmadas en páginas de un libro no escrito.
Ella, por el contrario, podría reescribir las páginas de su libro y el mío. La
amé intensamente sin saberlo y no logre reconocerlo hasta que viví su ausencia.
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