A veces te pasa...





A veces… tan solo a veces te levantas con esa sensación de no recordar tu edad. Miras al cielo y reconoces vagamente el techo. Has pasado tanto tiempo fuera de tu casa que recordarla es difícil y piensas ¿cual es ahora mi casa?. Los últimos meses ví tantos techos diferentes que amanecer en la sala de mi casa se hizo desconcertante (si… el techo de la sala de mi hogar) ya que desde hace algunos meses me mudé ahí cuando dormir en ese cuarto se hizo insostenible. Había tantos recuerdos aislados en esas cuatro paredes que quise darme un tiempo para ir sacándolos poco a poco. Además… y por los recientes viajes que hice me acostumbre a tener al cielo estrellado como techo. Esos días en los que estuve acampando (sin tener tienda ni pisto para pagar hostal, hotel, motel y demás). Me dejaron una simple y ardua sensación de nostalgia tranquilidad y paz. (además de fiebre, dermatitis y una que otra infección local por tanto piquete de zancudo).  Y ahora que sigo medio dormido, me doy cuenta que he pasado más tiempo dentro de mi tonto y oxidado carro que en mi hogar. Pero cómo no podría hacerlo si viajar es parte del trabajo y del placer. Esa sensación de soledad que te va abrazando mientras más te alejas no la cambiaría por nada. Ni siquiera por aquella oficina cómoda en la que trabajaba y ganaba bien (si a eso le llamas ganar). Los paisajes que he visto han valido una y otra vez la pena, los gastos, los disgustos y los temores. En fin… cuando me voy acomodando en esta ilustre cama me topo con el estetoscopio. Ese fino machete de mi profesión ya hasta chapuseado quedó. Esto después de que se partió en tres por tanto uso, desgaste y horas que pasó asoleado al acompañarme dentro del carro oxidado. Y me pregunto… ¿que hace acá...? Cuando escucho al otro lado de la puerta… Wilder… ya te están esperando los pacientes. Entonces me doy cuenta que sigo de turno. Que hace dos horas me dormí y desperté en una camilla de maternidad. Pero bueno. Voy como iría todo individuo en esa posición. Con un ojo abierto y la almohada tatuada en el cachete. No es difícil recordar qué hacía 4 años miraba a mis compañeras tal cual eran. Con esa belleza que solo  la falta de maquillaje y el trabajo extenuante les podrían dar. Observaba a esas mujeres aguantando las viles condiciones que el externado e internado hospitalario nos podrían dar. A ellas, mi memoria, respeto y admiración. En fin… una neumonía, otra neumonía y así… una cadena incesante de mocos por doquier. Es invierto, es normal.. o eso me dice la estadística general. Tengo pocos años en esto, poca experiencia, poca capacidad para aprender que esto es a lo que llaman normalidad… Entonces mi juventud ignorancia y vanidad se reflejan cuando abro la boca para alegar. Así he perdido uno que otro trabajo. Así es como he terminado viajando, escuchando, viviendo, soñando  y sonriendo... ¡aunque a veces llorando…!, como la vez en que buscando la montaña en la que iba a trabajar, me caí de la moto que había prestado, me perdí y para colmo de males me cayó un aguacero. Ahí mojado congelado y sin pisto me puse a llorar. Pero alto… llore como “llora todo hombre en iguales circunstancias”  bajo la lluvia “pa q´ naide me viera chillar…”



Comentarios

Entradas populares de este blog

Por un mundo justo

Hacer la Diferencia

Abril